Un buen día, café en mano, abres tu correo y te encuentras con un mensaje que no esperabas;
“Estimado administrador, en la junta de propietarios celebrada el pasado día XX se ha decidido cesar sus servicios. Agradecemos su trabajo y le solicitamos que facilite la documentación al nuevo administrador a la mayor brevedad”.
¡Vaya desayuno amargo!
Ni una queja, ni una llamada, ni una pista de que algo andaba mal, simplemente, un adiós fulminante, sin anestesia ni explicaciones.
Legal, claro que sí. ¿Respetuoso? Eso ya es otro cantar.
Porque no es solo que te echen, es el cómo lo hacen. Sin avisos, sin señales, como si un día fueses indispensable y al siguiente un mueble viejo que estorba.
Lo mejor son los motivos ya que rara vez te largan por hacer mal tu trabajo.
¡Que va! siempre hay justificaciones mucho más surrealistas, desde la “nos han ofrecido algo más barato» (porque todos sabemos que lo barato siempre es mejor, ¿verdad?), o la «del primo del presidente se dedica a esto» (¿qué podría salir mal?), o aquella de «llevamos demasiado tiempo con el mismo» (como si fueses un sofá viejo), y no nos olvidemos de la más moderna y cool de «nos han convencido en el grupo de WhatsApp» (el tribunal supremo del edificio). Aunque la mejor de todas es «todo va bien, así que no hace falta administrador» (hasta que todo deja de ir bien, claro).
Y ahí estás tú, intentando asimilar la noticia mientras intentas no atragantarte con el café. Te preguntas si, en algún momento, se molestaron en considerar el trabajo que hiciste, si alguien tuvo la decencia de plantearte alguna mejora o si simplemente un par de vecinos hicieron una campaña relámpago y, en cuestión de días, ya tenías las maletas hechas sin siquiera enterarte.
En cualquier caso, aunque la comunidad puede cambiar de administrador cuando le plazca, hay formas y formas.
La Ley de Propiedad Horizontal es clara pues debe convocarse una junta con el cese, reflejado en el orden del día, notificarse con la antelación adecuada y aprobarse en asamblea. Si no se hace bien, el cese puede impugnarse pero muchos administradores prefieren no enredarse en pleitos y simplemente irse con dignidad.
Ahora bien, ¿qué le cuesta a una comunidad seguir las normas básicas y hacerlo con un mínimo de decencia? Porque, ojo, que si el proceso no se sigue correctamente, las decisiones pueden ser impugnadas. Y entonces viene el espectáculo de acusaciones, peleas en el grupo de WhatsApp y vecinos divididos en bandos.
Aunque, lo mejor viene después, cuando el nuevo administrador no responde, las cuentas no cuadran o se pierde una subvención, Ya sabes, cuando suena el teléfono; «oye, ¿te acuerdas de aquel expediente? No encontramos la documentación, ¿nos ayudas?». O peor: «Sabemos que ya no eres nuestro administrador, pero tenemos un problemilla con las cuentas.«. Y ahí decides si les echas un cable o les recuerdas que ya no es tu problema. ¡Ah, la dulce ironía! Pasaste de ser prescindible a ser la única persona que puede solucionar el desaguisado que han montado. Porque, claro, resulta que llevar una comunidad no era tan fácil como parecía. Qué sorpresa, ¿eh?
Y, entonces, tienes dos opciones, puedes ser el buen samaritano y ayudarles, aunque sabes que en cuanto todo vuelva a la normalidad, te olvidarán otra vez, o recordarles con una sonrisa que ya no es tu problema y desearles suerte.
Lo cierto es que, cuando te echan sin aviso, podrías enfadarte, pero ¿vale la pena? La mejor estrategia es mantener la cabeza alta, entregar la documentación de forma profesional, no entrar en guerras absurdas, ni tomárselo de manera personal (porque la mayoría de las veces no es por ti, sino por las dinámicas internas) y seguir adelante.
Siempre habrá otra comunidad que sí valore tu trabajo y, no lo dudes, la experiencia enseña que, muchas veces, los mismos que hoy te despiden, mañana te llaman arrepentidos.
Al final, lo que molesta no es que te cambien, sino cómo lo hacen. Si quieren un cambio, que lo comuniquen. Si hay quejas, que se hablen antes, porque el respeto y la comunicación no cuestan nada ya que, ironías del destino, puede resultar que, meses después, sean ellos quienes terminen llamándote otra vez.
Los administradores de fincas lidian con mucho más de lo que la gente cree. No es solo pagar facturas y enviar correos, sino mediar en conflictos, gestionar reparaciones, tratar con proveedores, estar al día con la legislación y, sobre todo, soportar la política vecinal, que a veces es más complicada que la de un país entero.
A los ojos de muchos propietarios, si todo funciona bien es porque «no haces nada» y si algo sale mal, es culpa tuya. Y claro, en este ambiente de opiniones volátiles y decisiones impulsivas, “los despidos express” se han vuelto casi una costumbre.
Y no nos olvidemos de los nuevos administradores. Pobres almas ingenuas que llegan con promesas de eficiencia y tarifas más bajas, sin saber que, en unos meses, podrían ser víctimas del mismo destino. Si algo es seguro en este negocio, es que la paciencia vecinal tiene fecha de caducidad.
Así que, si alguna vez te encuentras con un correo de esos, respira hondo, tómate el café con calma y sonríe, porque en este negocio, nunca sabes cuándo volverán a necesitarte.
Y, lo mejor de todo, “sólo tú decides si les das una segunda oportunidad o si, simplemente, disfrutas viendo cómo intentan arreglar el lío sin ti».
Con AFISER, la gestión de confianza, que hará que no dudes de nuestro trabajo y no pienses en cambios.